Hualmay, tierra de historia y tradición, de gente hacendosa y personajes de leyenda como el brujo Juan Barbón, tierra fértil y clima benigno; fue el lugar elegido para que un hombre excepcional desarrollara una labor cuyo norte central, antaño como lo hiciera la madre Teresa de Calcuta en la India, fueron los pobres. Y en esta elección por ellos, el padre Pepe – nuestro personaje motivo de estas líneas – lo dejó absolutamente todo: abandonó su natal Sevilla (España), su familia, la comodidad, el desarrollo personal, etc.
En la vida hay cosas que escapan a la racionalidad humana y son misterios insondables que sola la fe puede atisbar y comprender; sino cómo entender la decisión de un hombre que cerca del medio siglo de vida y en medio del cariño de su familia y economía sin sobresaltos, optó por elegir el camino del Señor y entregar su vida – sin pausa ni queja – a los más desposeídos, a los débiles, a aquellos para quienes la vida no les significa nada, solo dolor, marginación y sufrimiento.
Siempre me he preguntado qué hubiera pasado si el padre Pepe hubiera elegido otro país y no el Perú cuando le dieron para elegir el lugar donde podía iniciar su labor sacerdotal. Y más aún si hubiera elegido otra ciudad o pueblo de nuestro país y no Huacho como finalmente ocurrió. Tengo la impresión que en esta decisión humana hubo algo divino porque resulta sintomático que el padre Pepe llegara justamente al Perú - para iniciar su labor sacerdotal - el 17 de octubre de 1985, víspera de la celebración cristiana más fervorosa del país, como es la festividad del Señor de los Milagros. Seguramente – pienso yo – quiso el Cristo Moreno tener a alguien de alma blanca para que irradiara su Evangelio a favor de los más necesitados.
Probablemente, cuando el padre José Gavilán Palma – sus nombres reales – pisó suelo peruano se le agolparon en la mente muchos recuerdos impregnados, como en un claroscuro, de penas y alegrías, de risas y lágrimas. Recordaría, entre otras cosas, que había nacido en Sevilla el 18 de julio de 1932, que se había recibido joven de ingeniero civil, que a los 23 años se había casado con Rosa Ripoll Lloquis con quien tuvo dos hijas: Clara e Inmaculada, que su vida parecía un oasis de paz y todo parecía sonreírle… hasta que en 1977 recibió un duro golpe: el fallecimiento de su esposa, sumiéndole a él en un dolor profundo e insuperable. Y es aquí donde paulatinamente se produce un viraje copernicano de su vida. Ya abuelo y viudo, con mucho recorrido por el mundo, decide enrumbar su vida bajo los designios de Dios. Sorpresa general en la familia, pero el fiel a su vocación espiritual se mantiene incólume y al final logra convencerlos y recibir su apoyo. Después de estudiar Teología en España y ejercer de diácono durante dos años en Uruguay se ordena finalmente de sacerdote en 1985.
Estas y muchas cosas seguramente recordaría el padre Pepe. Ahora estaba en el Perú y entre las varias ciudades que le dieron para elegir para su ministerio espiritual eligió Huacho y atendiendo a un pedido suyo es enviado a la Parroquia de Fátima. Pronto inicia sus labores pastorales y llega a Puquio Cano. El impacto es tremendo: la gente vive en pobreza extrema y campea el pesimismo y falta de solidaridad. ¿Qué hacer frente a ello?, ¿a quién recurrir? Tiene el alma lacerada, siente impotencia y clama a Dios para que lo guíe y lo sostenga en su fe. ¿No era acaso mejor haberse quedado en España, al lado de los suyos y vivir con tranquilidad?, o ¿simplemente ignorar todo esto y dedicarse solamente a dar misas desde la comodidad de un pulpito? No, definitivamente ni lo uno ni lo otro porque el padre Pepe era de vocación firme y auténtica y hombre de empresas y retos difíciles e imposibles. Y así es como de a poco nació el Centro Parroquial Santa Rosa de Lima. Corría el año 1986. Una de sus preocupaciones centrales al fundar este centro fue brindar una educación de calidad a un precio social. Comprendió con suficiente lucidez que no se puede salir de la pobreza ni aspirar a mejores niveles de vida, sino no se tiene acceso a una buena educación. Paralelo a este servicio pronto se brindó atención médica y alimentaria. Y en mejorar y ampliar estos y otros servicios dedicó el resto de su vida el padre Pepe con absoluta pasión y compromiso incondicional.
Quienes lo trataron lo describen como una persona de espíritu jovial y conversador, bromista en todo momento. Lo que más valoraba – dicen – era la sinceridad y por ello decía las cosas tales como eran. Lo que más le dolía era la pobreza de la gente y el llanto de los niños. Tal vez fueron estos su principal preocupación y en cada circunstancia en que se encontraba con ellos salía a relucir su inmenso corazón. “Una vez – me cuenta mi pequeño sobrino José – a la hora del recreo yo no compré nada en el kiosco porque no tenía dinero. Entonces, empecé a pedirle a mis compañeros que me invitaran algo. Algunos me invitaban, otros no. No me había dado cuenta que todo esto lo estaba observando el padre Pepe. Se acercó a mí y me preguntó por qué estaba pidiendo comida. Es que no tengo plata, padre, le respondí. Me cogió de la mano, me llevo al kiosco y pidió un plato de tallarín con papa a la huancaína. Toma, es para ti, me dijo y sonriendo se alejó por el patio” (1).
Él mismo recordando sus primeros años comentaba: “Una de las cosas que más me sorprendió es la alegría de los más pobres, especialmente de los niños. A pesar que vivían y viven en situaciones de injusticia, de explotación, de miseria y de pobreza, los niños me enseñaron a tener una sonrisa en los labios. Yo les debo mucho, porque con sus juegos y su acercamiento fueron lo que más me ayudaron a aprender a quererles y a querer al Perú” (2).
A este hombre excepcional que todo lo entregó sin pedir nada a cambio, la muerte ya lo venía acechando sigilosamente desde que le diagnosticaron cáncer a los pulmones debido a su adicción a los cigarrillos. Con viril entereza y estoicismo asumió su cruda realidad y para no causar dolor a los suyos e íntimos guardó el terrible secreto y así prosiguió su sacrificada labor. Presintiendo ya su fin hizo un balance de su vida y estas fueron sus palabras: “Todo una vida dedicada a intentar mejorar la vida de las gentes más pobres de la zona donde me establecí y vivo. Hoy día, y al final de mi larga jornada, repaso día a día los acontecimientos que marcaron profundamente mi persona para hacer de este pobre cura un peruano de adopción que medio supo comprender la idiosincrasia del pueblo pobre y sencillo, estableciendo una comunicación vital, que ha marcado la trayectoria de mi vida en estos 25 años. En estos años he visto un mejoramiento en la vida del país” (3).
El 12 de enero del 2011, a las 9:32 de la mañana, José Gavilán Palma, nuestro querido padre Pepe, entregaba su alma al Señor, dejando en nuestro pueblo, especialmente en el corazón y alma de los más pobres, un inmenso vacío difícil de llenar. Sin embargo, él pervivirá por siempre en la memoria y espíritu de nosotros porque el amor así dado trasciende cualquier barrera de tiempo y espacio.
Por su gran sensibilidad social, en vida la Municipalidad Distrital de Hualmay, el 5 de diciembre de 1994, le otorgó la Medalla Cívica del Distrito “Bodas de Diamante”. Ya antes, el 30 de agosto de 1990, el Primer Juzgado de Paz del Distrito de Hualmay, le reconoció con un Diploma de Honor por su invalorable labor en beneficio de la comunidad y de la Nación. Esta es solo una pequeña muestra de los diversos reconocimientos que en vida recibiera.
Como lo señalara el diario “Enfoques”, “el padre Pepe permanecerá en las memorias de todos los habitantes de la provincia de Huaura, porque hemos sido testigos de su gran trabajo,…” (4). Sin embargo, el mejor homenaje que se le puede hacer es continuar con su opción por los pobres, emular su tesonera lucha que fue brindarles a los desposeídos amor y entrega totales. A fin de cuenta - no lo olvidemos nunca - ese fue también la esencia del Evangelio que prodigara el Mesías a la humanidad entera.
NOTAS:
(1) Testimonio de Sebastián José Suyón Rodríguez, que en ese entonces tenía 12 años. Actualmente, cursa el quinto grado de secundaria y desde la primaria siempre ha estudiado en el Centro Parroquial “Santa Rosa de Lima”.
(2) “Sirviendo al pueblo pobre desde el Evangelio. 25 años con el Padre Pepe y el Centro Parroquial (1986-2011)”, obra publicada por la Asociación Centro Parroquial Santa Rosa de Lima de Puquio Cano, Hualmay, Gráfica Imagen, Huacho, p. 15.
(3) Ibid, pp. 16-17.
(4) “El fundador del Centro Parroquial Santa Rosa de Lima falleció tras agonía de 12 días en vigilancia intensiva”, en “Enfoques”, diario local, edición del 13 de enero del 2011, p. 3.