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(Acuarela de Rudolph de Lisle) |
La Guerra del Pacifico llegaba
a su cúspide máxima con la invasión de Lima por parte de las tropas chilenas,
quienes tomaron bajo su tutela a la otrora Ciudad de los Reyes, sometiendo
política, militar e ideológicamente al Perú durante la ocupación.
Un periodo de la historia
peruana que recoge la Revista de Indias de España en su edición 236 del 2006 titulada
“Chile en el Perú: Guerra y Construcción Estatal en Sudamérica, 1881-1884” por Carmen Mc Evoy, sobre el proceso de
adecuación forzada que experimentó el país y la división territorial que, desde
Santiago, se ordenó para las zonas ocupadas.
Durante ese periodo de tiempo
la costa peruana quedó dividida en siete unidades territoriales: Huacho,
Chimbote, Trujillo, Pacasmayo, Chiclayo, Paita e Ica y junto a ellos Lima y
Callao que representaban, estos dos últimos, el centralismo del gobierno de ese
entonces, contando cada territorio con un jefe político militar.
La investigación detalla que Huacho
fue ocupada en febrero de 1881 por Silvestre Garfías Urizar, pero que no sería
hasta un año después con el teniente coronel, Wenceslao Castillo, que dicha
ocupación quedaría consolidada a la esfera administrativa chilena de aquel entonces.
Las tropas invasoras
desembarcaron e ingresaron a la ciudad izando la bandera enemiga, cuya estrella
solitaria flameó sobre la Plaza de Armas de la entonces joven Capital de la
Hospitalidad, por tres años.
La cúpula militar chilena se
reunió con el alcalde, Manuel María Reyes, lográndose que la población asumiera
los gastos que las tropas demandaban para su manutención, al punto que-como
refiere el documento- era la misma autoridad quien estuvo a cargo de la
recolección de los recursos para su alimentación.
Huacho carecía de espacios
suficientes para albergar a los más de 300 soldados del Maule y granaderos, por
lo que el jefe militar ordenó la construcción de galpones y la adecuación del
teatro de aquel entonces para el alojamiento de las tropas enemigas.
Los invasores tuvieron el
control sobre el sistema de comunicaciones, específicamente la oficina telegráfica,
de cuál se debía tener el sumo cuidado para evitar las ‘interceptaciones’;
designaron a un jefe policial para resguardar la seguridad, evitar la ingesta
de alcohol sobre la tropa y sobre todo-resalta-desterrar la vagancia, que según
relatos del teniente coronel, era común en la zona con funestos resultados.
La administración de justicia
recayó sobre jueces chilenos y extranjeros; se mantuvieron estrechos nexos con
las autoridades de Sayán y Paccho para
facilitar el envío de armas al interior del territorio.
Las cosas no serían del todo
fácil para la armada chilena, en Huacho, pues tuvo que hacer frente a las
enfermedades y el asedio de los montoneros junto a la recaudación de las
contribuciones, por lo que se insistió ante Lima sobre el envió de la documentación
en los acervos de la Caja Fiscal y el Consejo Departamental.
Las islas de Huacho también estuvieron en la
mira de Chile, pues se destaca como principales logros la licitación pública para la venta del guano
a una compañía extranjera fijándose como
precio un sol de plata por tonelada, consignándose importantes recursos a las
arcas chilenas.
Un duro trajín que los ciudadanos de aquel
entonces debían resistir hasta ver de nuevo resplandecer el sol de los Incas sobre sus símbolos patrios y sobre la tierra
de valientes que supo ponerse de pie ante la adversidad y la hostilidad de los
invasores.